26.7.12

Xóchitl y María


Aquí arriba el frío se siente en los huesos. Las nubes húmedas del mes de mayo juegan con los picos de las montañas. Tiñen el cielo de gris y dejan caer una llovizna débil. Por el camino llegan los campesinos después de trabajar la tierra. Las mujeres todavía no terminan su día de trabajo y cocinan para quienes las someten siguiendo tradiciones ancestrales. Todos los días lo mismo. Levantarse antes que el sol se asome por el oriente y desafiar al frío. Traer leña, encender el fuego, cocinar, despedir al hombre, atender a los niños, lavar ropa, y desear que la noche no llegue nunca. Cada vez que la cena se termina y la noche se vuelve más fría Xóchitl sabe lo que va a pasar. El aire se impregna de aromas repugnantes, de palabras viciadas y repetidas, de gritos contenidos y lágrimas secas. Cada vez que el hombre se acerca con la transpiración envolviendo su cuerpo y las palabras borrosas por el alcohol ella no quiere vivir más. Es una triste escena que se repite sin falta. Él se acerca con las manos ávidas de carne, la encierra en un rincón y recorre su cuerpo bruscamente. Abandonada en los brazos de aquella bestia espera que el ritual se termine. Sus ojos nublados por la impotencia se clavan en la imagen de la Virgen y rezan para que algo la libere de ese sufrimiento. El hombre se contorsiona frenético arriba de ella y luego se deja caer vencido por el esfuerzo y la necesidad saciada. Xóchitl se levanta y se acomoda la ropa. 

Con el sol bien alto y la cara salpicada de sufrimientos cotidianos Xóchitl llega a la casa de María ubicada lejos del pueblo. Mientras preparan tortillas y trabajan con sus tejidos las dos mujeres hablan de sus vidas.Xóchitl escucha con atención todo lo que dice esa mujer que lleva más de cuarenta años en el lugar. María acaba de enviudar y se siente liberada. Su padre la obligó a casarse con un hombre de una comunidad vecina y abandonó su lugar natal como indican las costumbres. Aguantó muchos años las humillaciones de un hombre hasta que un ajuste de cuentas entre campesinos la dejó sin marido y sin más tormentos. María ahora sonríe porque es dueña de su vida y reconoce en su amiga las marcas del dolor. Todo es costumbre y tradición, no hay otro destino posible. Aquí las mujeres no tienen opción. Y aunque nunca hayan recibido educación ni conozcan otra clase de vida, la desolación del ultraje les enseña una lección inolvidable. 

Los gritos de una niña interrumpen la conversación y Xóchitl ayuda a María a levantar su humanidad. Se acercan a la puerta y escuchan la noticia asombradas. Poco saben ellas del mundo exterior. Son cruelmente ingenuas y ajenas a los acontecimientos de la historia. Ignoran que dos años atrás Santa Anna entregaba la mitad del país al enemigo gringo o que Stephens recorría las ruinas mayas en Yucatán. Para ellas todo gira en torno a sus humildes existencias. La niña les indica con gestos ansiosos que la sigan unos metros. María camina lentamente y  Xóchitl acompaña a la pequeña a paso firme. Entre unas ramas caídas y a medio enterrar hay una caja de madera opaca, corroída por el tiempo. Se acercan con miedo y curiosidad y deciden abrir la caja. Entre las tres hacen fuerza para sacarla de su tumba. Con la respiración agitada las dos mujeres se miran para determinar quien se animará a violar la cerradura. Xóchitl sale corriendo en busca de un machete dejando por sentado que a María le toca la parte más arriesgada del trabajo. La niña observa la escena en silencio.

El golpe certero sobre el candado oxidado deja caer el misterio. María estira su brazo y levanta la tapa de la caja. A primera vista se ven telas de varios colores y objetos extraños. El ruido de un perro entre los pastos altos sobresalta a las mujeres que quedan sin respiración por uninstante. Continúan la exploración y encuentran  ropa de los españoles que anduvieron por esas tierras. La niña se asoma y con gran esfuerzo tira de una de las telas dejando caer en el fondo de la caja un cuaderno amarillento. Las mujeres vuelven amirarse con complicidad y rescatan el manuscrito. No entienden el idioma en el que está escrito, evidentemente no es el tzotzil. Se entretienen con los bosquejos de mapas precarios y vuelven a dejar el cuaderno en su abandono. Apuradas antes de que alguien las vea doblan las telas y las esconden entre sus ropas. Creen que lo único rescatable del contenido de esa caja es la tela colorida con la que pueden hacer sus vestidos para la fiesta del santo. Con infantiles amenazas le dicen a la niña que no debe decir nada de lo que vio esta mañana mientras vuelven a enterrar la caja mal cerrada. Las dos mujeres se alejan del lugar anticipando como serán los vestidos que usarán en la celebración y la niña corre persiguiendo al perro flaco que juega con ella. 


La vida de las mujeres no ha cambiado. María disfruta de su viudez y Xóchitl sigue odiando las noches. En la caja se desintegra con el tiempo el manuscrito que un desertor español escribió para contar la verdad. Quizás alguien lo encuentre antes de que la naturaleza lo haga desaparecer.Tal vez las dos mujeres nos hayan privado de conocer más detalles de lo ocurrido hace tiempo. Quizás un testigo que no se conformó con las razones de la conquista quiso decirnos que todo fue un error y que no se animó a enfrentar a la autoridad.

La historia juega con estos detalles y se ríe de nosotros. Dos mujeres contentas con sus telas dejan de lado un tesoro histórico. Y así vamos construyendo un mapa de nuestro pasado, con los fragmentos sueltos de miles de cajas, telas, mujeres y tesoros.


--Este texto forma parte del libro "Vaivenes de un esqueleto" 
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